Esa música que nos gusta (y nos sana)
Amamos nuestro grupo favorito…. Disfrutamos nuestra playlist…. Nos relacionamos en base a nuestros gustos musicales…. Si la pareja de tu hija tiene tus mismos gustos musicales, pues ha entrado bien en tu casa…. No nos cansamos de interpretar las canciones que nos gustan, o bailar el ritmo de siempre…. Aunque también hay música que detestamos, e incluso somos capaces de gritar al viento su desaparición… ¿Por qué esto es así?
Las respuestas son a varios niveles…. Sin entrar en lo técnico, los sonidos son frecuencias de onda que se propagan en un espacio físico y nuestro cerebro lo decodifica a través del oído. Cuando dos de estos sonidos son consonantes, es decir agradables a nuestro oído, se produce el placer de escuchar música; cuando son disonantes, por ejemplo una tercera disminuida, se produce una sensación de desagrado que nos tensa. Por lo tanto, los tipos de armonías y melodías de los que está hecha la música, determinan nuestro gusto o disgusto, siendo este un fenómeno que ocurre entre el límite de lo racional con lo emocional. Podemos ver entonces que la percepción de consonancia o disonancia varia entre cada persona, y es así que en gustos todo es posible, por ejemplo, algunos encuentran sublime el rock metal más duro y otros se emocionan con un simple vals clásico.
Hay factores biológicos también que condicionan nuestra escucha; uno de esos es la capacidad del oído para escuchar ciertas frecuencias. Es así que algunas personas no soportan las frecuencias bajas de la música tecno, o las frecuencias altas de una guitarra eléctrica.
La complejidad o sencillez de la música también es otro factor que hay que considerar. Por ejemplo, si nos adentramos en la 9º sinfonía de Beethoven, probablemente la percepción de belleza y armonía sea intensa para la mayoría; o si escuchamos una pieza de rock progresivo a algunos les pueda gustar y a otros incomodar, dado el uso de intervalos disonantes y poco habituales; o la monotonía de un reggaeton o música de este tipo, que solo usa tres acordes por lo general, sumados a una pobre melodía y ritmos repetidos, dando la sensación de una música demasiado simple y desechable.
Los grandes compositores (clásicos y populares) han sabido encontrar esa magia perfecta de equilibrio entre sencillez y complejidad, siendo capaces de conmocionarnos y evocar conexiones armónicas dentro de nosotros. Las grandes canciones nos llevan a los recuerdos y nos conectan con nuestra historia, emocionándonos cada vez que las escuchamos.
La música es vibración en forma de frecuencia, y tenemos la maravillosa oportunidad de encontrar la frecuencia que es consonante con nosotros, que nos hace sentido y nos emociona. Por eso es hermosa la tarea de encontrar nuestra propia música, ser creativos y descubrir los sonidos que nos atrapan, nos relajan, nos envuelven y nos armonizan; desde la musicoterapia, los cuencos tibetanos, el rock, el pop, la electrónica, la clásica, folclórica, etc.
También hay música que sana, que siempre ha estado ahí, desde el sonido del mar y el viento, el canto de las aves, el ruido de la lluvia, el ritmo sincopado de un galope, la risa de los niños, etc.